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No hay un mito único de la creación azteca, sino más bien varias variantes de cómo el mundo llegó a ser. Uno de los mitos primarios es la “Leyenda de los Soles”, que explica la repetida creación, destrucción y recreación del mundo hasta que finalmente asume la forma que conocemos hoy en día.
Estos mitos también explican por qué el sacrificio de sangre era una parte tan integral de la práctica religiosa azteca. Fue esta sangre la que mantuvo a la tierra y al sol en existencia, porque los dioses eran la tierra y el sol demandaban el sustento en esa forma.
Ometéotl: el dios dual
Hace mucho, mucho tiempo, incluso antes de que llegara el tiempo, estaba Ometéotl, el Dios Dual. Esta deidad fue creado por la unión del dios Tonacatecuhtli y la diosa Tonacacihuatl, el Señor y la Señora de nuestro sustento. Y así Ometéotl fue uno y dos al mismo tiempo. Llegaron a ser de la nada, y durante un tiempo fueron todo lo que había en todo el universo. Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl tuvieron cuatro hijos. Uno era el Xipe Tótec rojo “el dios desollado”, divinidad de las estaciones y de las cosas que crecen en la tierra; otro era un Tezcatlipoca negro, el “Espejo Humeante”, dios de la tierra; el tercero era un Quetzalcóatl blanco, la “Serpiente Emplumada ”, dios del aire; y por último, un Huitzilopochtli azul, el “colibrí del sur”, dios de la guerra.
Los dioses-niños vivían en el decimotercer cielo con sus padres. De estos niños, Tezcatlipoca era el más poderoso. Juntos, los cuatro hijos del dios dual decidieron que les gustaría crear un mundo y que algunas personas vivieran en él. Les llevó varios intentos antes de que el mundo se convirtiera en lo que conocemos hoy en día, porque los dioses lucharon por quién debía ser el sol y gobernar la tierra. El primer intento de creación fue hecho por Quetzalcóatl y Huitzilopochtli. Primero, hicieron un fuego, que era el sol. Pero no era lo suficientemente grande o fuerte como para dar mucha luz o calor, ya que era solo la mitad de un sol.
Después de hacer el sol, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli hicieron un hombre y una mujer. Llamaron a la mujer Oxomoco, y al hombre Cipactónal. Los dioses les dijeron al hombre y a la mujer qué trabajos debían realizar. El hombre debía ser un agricultor, mientras que el deber de la mujer era hilar y tejer telas. Los dioses le dieron a la mujer el regalo del maíz. Algunos de los granos eran mágicos y podían curar enfermedades o ayudar a predecir el futuro. Juntos Oxomoco y Cipactónal tuvieron muchos hijos, que se convirtieron en los macehuales, que estos son los campesinos que trabajaban la tierra.
Aunque ya había medio sol, y aunque ya había un hombre y una mujer, los dioses aún no habían creado el tiempo. Esto lo hicieron haciendo días y meses. Cada mes tenía veintiún días. Y cuando habían pasado dieciocho meses, esto hacía trescientos sesenta días, y ese lapso los dioses lo llamaban un año. Después de que hubiera un sol, un hombre y una mujer, y el tiempo, los dioses crearon el inframundo, que se llamó Mictlán. Luego Quetzalcóatl y Huitzilopochtli hicieron otros dos dioses para gobernar este lugar. Se llamaron Mictlántecuhtli y Mictecacíhuatl, el Señor y la Señora de Mictlán.
Cuando todo esto se hizo, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli crearon un poco de agua, y en ella colocaron un pez gigante. El pez se llamaba Cipactli, y la tierra estaba hecha del cuerpo del pez. Oxomoco y Cipactónal tuvieron un hijo llamado Piltzintecuhtli. Los dioses lo miraron y vieron que no tenía esposa. En ese momento, había una diosa de la belleza y de las jóvenes mujeres llamada Xochiquétzal “pluma de flor de quetzal”. Los dioses tomaron un poco de pelo de Xochiquétzal y de él hicieron una mujer para que fuera la esposa de Piltzintecuhtli. Los dioses miraban todas sus creaciones, sin embargo, no estaban satisfechos, especialmente con el sol, que era demasiado débil para dar mucha luz.
Tezcatlipoca pensó en cómo hacer más brillante el viejo sol, pero luego pensó en una idea mejor: se convirtió a sí mismo en el sol. Este nuevo sol era mucho mejor que el antiguo. Era un sol completo, y daba suficiente luz al mundo que los dioses habían creado. Este fue el comienzo de la primera edad del mundo, la edad del Primer Sol. Los dioses también querían más seres en su nuevo mundo. Crearon una raza de gigantes que solo comían piñones. Los gigantes eran muy grandes y muy fuertes. Tan fuertes eran estos gigantes que podían arrancar árboles con sus propias manos. Así que, durante un tiempo, Tezcatlipoca brilló sobre el mundo que los dioses habían creado.
Pero después de que este mundo existiera durante 13 veces 52 años, o 676 años, Quetzalcóatl pensó que su hermano había reinado como el sol durante suficiente tiempo. Tomó su garrote y golpeó a Tezcatlipoca con él, enviándolo en picada hacia abajo, hacia las aguas que rodeaban el mundo. Tezcatlipoca estaba muy enojado porque Quetzalcóatl había hecho esto. Se levantó del agua en forma de un jaguar gigante, y con esta forma, vagó por toda la tierra. El jaguar cazó a todos los gigantes y devoró a cada uno de ellos. Una vez que todos los gigantes fueron devorados, Tezcatlipoca volvió a subir a los cielos, donde se convirtió en la constelación del Jaguar (Osa Mayor).
La segunda edad del mundo fue la edad del Segundo Sol. Esta fue la edad del viento. Quetzalcóatl hizo este mundo, y Quetzalcóatl fue el sol durante esta edad. Los macehuales vivían en esta era comiendo nada más que piñones. La segunda edad también duró 676 años, hasta que Tezcatlipoca se vengó de su hermano. Tezcatlipoca vino al mundo en una ráfaga de viento tan grande que Quetzalcóatl y los macehuales fueron arrasados, aunque algunos de los macehuales escaparon de la explosión. Estos se convirtieron en monos, y huyeron a las selvas para poder vivir. Después de que la época del Segundo Sol se completó, el dios de la lluvia cuyo nombre era Tláloc “el que hace brotar las cosas” se convirtió en el sol y gobernante de la creación, y su edad es la edad del Tercer Sol.
Esta edad duró siete veces 52 años, o 364 años. Durante esta edad, la gente comía las semillas de una planta que crecía en el agua. Pero de nuevo, Quetzalcóatl destruyó este mundo. Hizo caer una lluvia de fuego, y toda la gente se convirtió en pájaros. Después de que Quetzalcóatl terminó el reinado de Tláloc, le dio el mundo a la esposa de Tláloc, Chalchiuhtlicue “mujer de la falda de jade” para que lo gobernara. Chalchiuhtlicue era la diosa de los ríos, arroyos y todo tipo de aguas. Fue el sol durante seis veces 52 años, o 312 años. Esta cuarta edad solar fue una época de grandes lluvias. Llovió tanto tiempo y tan fuerte que hubo una gran inundación que cubrió la tierra. El diluvio arrastró a los macehuales, convirtiéndolos en peces.
Después de que la inundación terminó, el cielo se cayó y cubrió la tierra para que nada pudiera vivir en ella. Los dioses miraron el mundo que habían creado y vieron cómo había sido destruido por sus disputas. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca hicieron las paces y bajaron a reconstruir el mundo. Cada uno de los dioses fue a un extremo del mundo, donde se transformaron en grandes árboles. Con sus poderosas ramas de árbol, empujaron el cielo a su lugar, y lo mantuvieron allí quieto. El dios Tonacatecuhtli, padre de Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, miró hacia abajo y vio que los hermanos habían dejado de luchar y habían trabajado juntos para reparar lo que su ira había roto. Tonacatecuhtli, por lo tanto, les dio a los hermanos los cielos estrellados para que los gobernaran, e hizo una carretera de estrellas para que la usaran mientras viajaban; esta carretera es la Vía Láctea.
Entonces los dioses crearon nuevas personas para que caminaran sobre la tierra. Una vez que el cielo se puso de nuevo en su lugar, Tezcatlipoca tomó un pedernal y lo usó para hacer fuego. Estos fuegos iluminaron el mundo, ya que el viejo sol había sido destruido en el gran diluvio y aún no se había hecho uno nuevo. Además, no había gente, ya que los gigantes habían sido devorados, y la gente se había convertido en monos, pájaros y peces. Así que Tezcatlipoca se reunió con sus hermanos para asesorarse sobre qué hacer. Juntos decidieron que había que crear un nuevo sol, pero este sería un nuevo tipo de sol, uno que comiera corazones de humanos y bebiera sangre humana. Sin sacrificios para alimentarlo, este sol dejaría de brillar, y el mundo volvería a la oscuridad una vez más.
Así que los dioses crearon cuatrocientos hombres y cinco mujeres, y estos serían el alimento del nuevo sol. Algunos dicen que los dioses Quetzalcóatl y Tláloc querían que sus hijos se convirtieran en el Quinto Sol, y que estos dioses llevaron a sus hijos a uno de los grandes fuegos que se habían encendido. El hijo de Quetzalcóatl había nacido sin madre. El dios arrojó a su hijo al fuego primero, y se convirtió en el nuevo sol. Su hijo se levantó del fuego y se fue al cielo, donde todavía permanece hoy en día. Tláloc esperó hasta que el fuego casi se extinguió.
Tomó a su hijo, cuya madre era Chalchiuhtlicue, y lo arrojó a las brasas brillantes y a las cenizas. El hijo de Tláloc se levantó del fuego y fue al cielo como la luna. Debido a que el hijo de Quetzalcóatl fue al fuego ardiente, se convirtió en una criatura de fuego y brilla con una luz demasiado brillante para mirar. Pero debido a que el hijo de Tláloc fue a las brasas y las cenizas, su luz es más tenue y su rostro está salpicado de cenizas. Y así es como la noche se dividió del día, y por qué la luna y el sol cruzan el cielo de diferentes maneras y por diferentes caminos.
Nanahuatzin y el quinto sol
Otro mito relata cómo el enfermizo dios Nanahuatzin se sacrificó voluntariamente para convertirse en el Quinto Sol. Los dioses se habían reunido en la gran ciudad de Teotihuacan para discutir cómo podrían hacer un nuevo sol y reemplazar al viejo que había sido destruido en el gran diluvio. Uno de ellos tenía que saltar a una hoguera brillante y luego elevarse al cielo. Nanahuatzin, dios de la enfermedad, cuyo nombre significa “Lleno de llagas”, se presentó. Haré esto, aunque mi cuerpo esté enfermo y doblado, y aunque mi piel esté cubierta de lepra. Los otros dioses se rieron de Nanahuatzin y le dijeron: Tonto, eres enfermizo y débil. No tendrás el coraje de saltar al fuego. Deja que otro se convierta en el sol.
Entonces Tecciztecatl “el del lugar de la concha”, se presentó. Era un dios muy rico, bien hecho en cuerpo y bien vestido con todo tipo de adornos de oro y plumas. Haré esto porque sería mejor que un dios saludable hiciera este sacrificio en vez de uno enfermizo. Los otros dioses estuvieron de acuerdo en que así fuera y provocaron un gran fuego. Mientras esto se hacía, Tecciztecatl y Nanahuatzin se retiraron a lugares donde podrían ayunar y preparar ofrendas para purificarse para que fueran dignos de convertirse en el nuevo sol. Tecciztecatl preparó ofrendas hechas de las cosas más finas, de plumas de jade, quetzal, y bolas de oro. Las ofrendas de Nanahuatzin eran humildes cañas y las espinas del cactus maguey.
En el momento indicado, Tecciztecatl y los otros dioses se reunieron alrededor del fuego. El dios rico, vestido con sus mejores galas, se acercó a la gran hoguera con su calor abrasador. Hizo como si se arrojara, pero en el último minuto se frenó y se alejó. Una vez más, lo intentó, pero no pudo saltar a las llamas. Lo intentó una y otra vez, pero cada vez le faltaba más valor. Después de la cuarta vez, se alejó de la hoguera y de los otros dioses, avergonzado de no haber podido convertirse en el sol como se había jactado de que lo haría. Los otros dioses se preguntaban cómo harían un nuevo sol, ya que Tecciztecatl no había logrado saltar al fuego. Pero no todo estaba perdido; Nanahuatzin no había olvidado su oferta de convertirse en el nuevo sol, y también había ayunado y se había purificado para que fuera un sacrificio adecuado.
El enfermizo dios se adelantó, vestido con ropas de papel, y caminó directamente hacia el furioso fuego. Miró fijamente al corazón de la llama por un momento, y luego se lanzó al corazón mismo de las llamas. El cabello de Nanahuatzin estaba en llamas. Su ropa estaba ardiendo. Su piel crepitaba con el calor de las llamas que lamían todo su cuerpo. Tecciztecatl vio el coraje del enfermizo Nanahuatzin y se avergonzó profundamente. Así que también dio un paso adelante y saltó a las llamas con Nanahuatzin. Un águila y un jaguar también habían estado observando el sacrificio. Vieron el coraje de Nanahuatzin y de Tecciztecatl, y así se unieron a los dioses, lanzándose entre las llamas. Por eso las plumas del águila tienen la punta negra y el jaguar está cubierto de manchas negras.
También es por eso que los aztecas crearon las órdenes del águila y el jaguar para honrar a sus guerreros más valientes. Después de que el águila y el jaguar se arrojaran al fuego, los otros dioses esperaron a ver qué sería de Nanahuatzin y Tecciztecatl. Muy lentamente la luz comenzó a bordear el mundo. Los dioses miraron a su alrededor, preguntándose dónde estaba la fuente de la luz. Entonces, de repente, Nanahuatzin irrumpió en el horizonte oriental, cubriendo el mundo con la luz más brillante. Su sacrificio lo transformó del humilde y enfermizo dios leproso en un nuevo dios-sol: Ollin Tonatiuh, cuyo nombre significa “movimiento del sol”. Pero Tecciztecatl también se había transformado por su sacrificio, y poco después de que Nanahuatzin se elevara al cielo, también lo hizo Tecciztecatl.
Y ahora los dioses tenían un nuevo problema, ya que no había uno sino dos soles en el cielo, y la luz que hacían juntos era demasiado brillante para que alguien pudiera ver algo. Uno de los dioses agarró un conejo que estaba cerca y lo arrojó a la cara de Tecciztecatl. El conejo golpeó a Tecciztecatl tan fuerte que su luz se oscureció. Así fue como se creó la Luna, y la forma de un conejo quedó marcada permanentemente en su cara. Entonces los dioses se regocijaron porque ahora tenían tanto un sol como una luna. Pero su alegría duró poco porque Tonatiuh se negó a moverse de su lugar en el cielo hasta que todos los dioses se sacrificaron por él. Los otros dioses se enfadaron y se negaron a hacer esto, pero Tonatiuh se mantuvo firme.
No se movería hasta que hubiera bebido la sangre de los otros dioses. Tlahuizcalpantecuhtli “señor del amanecer”, que es la Estrella de la Mañana, dijo, detendré a Tonatiuh. Te salvaré de tener que ser sacrificado. Tlahuizcalpantecuhtli lanzó un dardo a Tonatiuh con todas sus fuerzas, pero falló. Tonatiuh lanzó su propio dardo a la Estrella de la Mañana, golpeándolo en la cabeza. Esto cambió a Tlahuizcalpantecuhtli en Itztlacoliuhqui “obsidiana torcida”, el dios del frío, la escarcha y la obsidiana, y por eso siempre hace frío justo antes de que salga el sol. Los otros dioses se dieron cuenta de que no podían seguir rechazando lo que Tonatiuh exigía. Se presentaron ante él con los pechos desnudos, y Quetzalcóatl les cortó el corazón con un cuchillo de sacrificio.
Una vez que los dioses fueron sacrificados, Quetzalcóatl tomó sus ropas y ornamentos y los envolvió en paquetes de sacrificio. Estos paquetes sagrados eran entonces adorados por el pueblo. Saciado con la sangre de los dioses, Tonatiuh comenzó a moverse por el cielo, y lo ha hecho desde entonces. Y este fue el nacimiento del Quinto Sol, el Sol bajo el cual toda la vida vive hasta el día de hoy. Pero aun así la gente ofreció sangre y corazones al sol, para asegurarse de que esté satisfecho y mantenerlo en su camino sagrado a través del cielo.
Quetzalcóatl y Tezcatlipoca
Otra leyenda dice que la reconstrucción de la tierra después del gran diluvio ocurrió de una manera diferente. Este cuento dice que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca miraron hacia abajo y vieron que no había nada más que agua, pero en esta agua nadaba un gran monstruo. El nombre del monstruo era Tlaltecuhtli, que significa “Señor de la Tierra”, aunque la propia criatura era hembra. Era una cosa gigante, con bocas en todo el cuerpo y un deseo voraz de comer carne. Los dioses pensaron que era probable que el monstruo devoraría cualquier cosa que lograran crear, así que idearon un plan para deshacerse de Tlaltecuhtli y hacer una nueva tierra al mismo tiempo.
Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se transformaron en monstruosas serpientes. En estas formas, se sumergieron en el agua y atacaron a Tlaltecuhtli. Los dioses se envolvieron alrededor del cuerpo del monstruo y comenzaron a tirar. No importaba cuán fuerte golpeara Tlaltecuhtli, no podía escapar de las garras de los dioses. Lentamente, el cuerpo del monstruo comenzó a desgarrarse, hasta que finalmente se partió en dos. La mitad superior de Tlaltecuhtli se convirtió en la nueva tierra, y la mitad inferior fue lanzada al cielo para convertirse en los cielos. Tlaltecuhtli gritó de dolor al ser despedazada. Los otros dioses la escucharon en su agonía y estaban enojados por lo que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca le habían hecho, pero no pudieron curar sus heridas. En cambio, transformaron su cuerpo.
Su cabello se convirtió en flores, arbustos y árboles, y de su piel crecieron los pastos. Agua fresca brotó de sus ojos en forma de ríos, pozos y arroyos, y sus bocas se convirtieron en las cuevas del mundo. Las montañas y los valles se hicieron de su nariz. Pero, aunque ya no era un monstruo, Tlaltecuhtli todavía tenía necesidad de sangre y carne fresca, y así una vez que la gente fue creada, hicieron sacrificios para alimentarla. De esta manera, la tierra continúa proveyendo todas las cosas que la gente y los animales necesitan para vivir. Pero los dioses primero necesitaban crear a la nueva gente ya que toda la gente que había vivido bajo los cuatro soles anteriores se había convertido en monos, pájaros y peces, y que los huesos de los que habían muerto se guardaban en Mictlán.
Así que los dioses enviaron a Quetzalcóatl a Mictlán para ver si podía traer los huesos de los que habían sido convertidos en peces. Oh Mictlántecuhtli, dijo Quetzalcóatl. He venido a buscar los huesos de los que se convirtieron en peces. ¿Por qué los quieres? preguntó el Señor de Mictlán. La tierra fue destruida en el gran diluvio dijo Quetzalcóatl, la hemos reconstruido e hicimos un nuevo sol, una nueva luna y un nuevo cielo, pero no hay gente. Deseamos usar los huesos para hacer nuevos pueblos, porque es bueno que la tierra esté habitada. Pero Mictlántecuhtli estaba celoso de todas las cosas que guardaba dentro de su reino. No le importaba si la tierra tenía gente o no, y no quería que Quetzalcóatl tuviera los huesos. Así que le hizo una prueba a Quetzalcóatl.
Mictlántecuhtli le dio una concha a Quetzalcóatl y le dijo: puedes tener los huesos si caminas cuatro veces alrededor de todo Mictlán mientras soplas ráfagas en esta concha. Quetzalcóatl pensó que era un desafío fácil de superar, hasta que miró de cerca la concha. Aún no se había convertido en una trompeta, y no había manera de que él hiciera ningún sonido en ella. Pero Quetzalcóatl era amigo de los gusanos. Llamó a los gusanos para que vinieran a hacer agujeros en la concha. Quetzalcóatl también era amigo de las abejas. Llamó a las abejas para que vinieran y zumbaran dentro de la concha para hacer un gran ruido. Y así, Quetzalcóatl fue capaz de pasar la prueba que el Señor de Mictlán le había preparado.
Mictlántecuhtli le dio los huesos a Quetzalcóatl, como había prometido, pero no tenía intención de permitir que salieran de Mictlán. Mictlántecuhtli ordenó a sus sirvientes que cavaran una fosa profunda a lo largo del camino que Quetzalcóatl estaba tomando. Quetzalcóatl sabía que Mictlántecuhtli no era digno de confianza, así que se apresuró a dejar Mictlán antes de que le quitaran los huesos. Mientras Quetzalcóatl corría por el camino, Mictlántecuhtli envió un pájaro para volar en la cara de la Serpiente Emplumada y asustarlo justo cuando se acercaba al pozo. Cuando el pájaro voló hacia Quetzalcóatl, perdió el equilibrio y cayó en el pozo. Su caída rompió los huesos de pescado en muchos pedazos, y es por eso que la gente es de todos los tamaños.
Después de un tiempo, Quetzalcóatl se recuperó de su caída. Recogió todos los pedazos de los huesos y salió de la fosa. Pudo dejar Mictlán a salvo, y poco a poco llegó a un lugar llamado Tamoanchan, tierra del cielo nublado, un lugar sagrado y bendito. Quetzalcóatl le dio los huesos a la diosa Cihuacoatl, la mujer serpiente. Cihuacoatl puso los huesos en su cuerna y los molió hasta convertirlos en una fina harina. Puso la harina de huesos en un frasco especial, y todos los dioses se reunieron a su alrededor. Uno por uno, los dioses perforaron su carne y dejaron caer gotas de su sangre sobre los huesos. Cuando los huesos y la sangre se mezclaron en una masa, los dioses le dieron forma de personas. Los dioses dieron vida a las formas de la masa y las pusieron sobre la tierra para que vivieran. Estos son los mitos de cómo llegó la creación, y por qué vivimos bajo el Quinto Sol, y por qué la tierra y el sol exigen sacrificios a la gente que vive en la tierra bajo la luz del sol.
Dioses Azteca
Ahuiateteo
Chalchiuhtlicue
Cihuacóatl
Cipactónal
Coatlicue
Huehuecoyotl
Huitzilopochtli
Itztlacoliuhqui
Ixnextli
Ixtlilton
Mayahuel
Metztli
Mictecacíhuatl
Mictlantecuhtli
Nanahuatzin
Ometéotl
Otontecuhtli
Oxomoco
Piltzintecuhtli
Quetzalcóatl
Tecciztecatl
Tezcatlipoca
Tlahuizcalpantecuhtli
Tláloc
Tlaltecuhtli
Tlazoltéotl
Tonatiuh
Xipe Tótec
Xiuhtecuhtli
Xochiquétzal
Yacatecuhtli
Referencias
- Jean Rose, La leyenda de los soles. Mitos aztecas de los orígenes, traducidos del náhuatl por Jean Rose, seguidos de la Historia de México de André Thévet, traducida al francés moderno por Jean Rose, Toulouse, Anarcharsis, 2007.
- (es) Ángel María Garibay, Teogonía e historia de los mexicanos: tres opúsculos del siglo XVI, México, Editorial Porrua, 1965.
- (en) John Bierhorst, Historia y mitología de los aztecas: el Codex Chimalpopoca, Tucson, University of Arizona Press, 1992.
- Bernardino de Sahagún (trad. D. Jourdanet y Remi Siméon), Historia general de las cosas en la nueva España, París, G. Masson,1880.
- Anales de Cuauhtitlan. Paleografía y traducción de Rafael Tena, Conaculta, México. ISBN 978-607-455-869-2
- Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de. Historia de la Nación Mexicana. Ed. Dastin. España 2002.
- Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de. Obras Históricas. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Secretaría de Fomento, México, 1892.
- Danièle Dehouve y Anne-Marie Vié-Wohrer, Le monde des Aztèques, París, Riveneuve éditions, 2008.
- Michel Graulich, Mitos y rituales del antiguo México prehispánico, Bruselas, Real Academia de Bélgica, 1982.